Nuestros pequeños mundos

Ortega y Gasset decía “Yo soy yo y mi circunstancia”. Como bien se dice, se escribieron ríos de tinta sobre cómo nos influyen nuestras propias circunstancias (históricas, familiares, sociales y culturales) en la manera de ver el mundo y de juzgar a los demás. Es comprensible que se nos imponga la necesidad de entender lo que ocurre en nuestro entorno; para ello recurrimos a interpretarlo de acuerdo a nuestras propias formas, ya incorporadas previamente. Hasta aquí, nada nuevo…

Un problema surge cuando perdemos la noción de que aquello que nosotros estamos presenciando puede no responder a nuestros propios esquemas y por lo tanto, interpretarlos de acuerdo a ellos es erróneo e injusto. De situaciones como ésta, surgen los prejuicios infundados, los grandes problemas de comunicación, las inferencias y las suposiciones sesgadas. Por ello el axioma orteguiano no debe ser  absolutizado, llevándolo a extremos infundados. O sea, el hecho de que existan parámetros para analizar mi propio mundo, no quiere decir que ellos sean aplicables a todos los demás. Ciertamente existen valores y parámetros de validez universal; no todo es subjetivo, así como no todo es absoluto. Sin embargo, hacer una extrapolación directa de lo que yo vivo a la vida de otros es excesivo.

Todo lo dicho intenta ser un preludio que nos ayude a reflexionar acerca de cuán difícil solemos hacerle la vida a los demás, aplicándole a ellos nuestros pequeños esquemas. Sería como intentar caminar con un calzado de otra persona… puede quedarnos chico o grande, pero nunca será nuestro. El caminar será incómodo, y hasta quizás doloroso. romance-couple-1209046_960_720

En el mundo en el que vivimos, tan plagado de guerras, conflictos, intolerancia, agresiones de todo tipo. Un mundo de vínculos líquidos (y licuados) de sobreabundancia de desamor y de enojos, de grietas políticas, familiares y sociales… somos invitados a vivir una ética revolucionaria: una ética de la aceptación incondicional de los demás, del respeto por cada ser humano, que promueva la amistad social y el buen entendimiento como vínculos unificadores. Esta ética, además, debería  esforzarse por comprender y analizar las realidades ajenas sin dejar de contextualizarla a las propias situaciones de las personas y debe ser consciente de sus limitaciones.patriciaEn nombre de las buenas intenciones no vale todo. Solemos equivocarnos y hasta hacer mucho daño intentando ser buenos con los demás. Nuestra bondad no presupone infalibilidad. Aún a pesar de querer hacer el bien, nos equivocamos. Y mucho. Entonces, ¿qué hacer? Vivir una ética de tolerancia, que promueva una sana convivencia humana, basada en el respeto y la colaboración mutuos, aun en la disidencia ideológica o moral. Aceptar no significa convalidar. Es acoger la realidad humana del otro en su dimensión más profunda.

Mi mundo es el lugar en el que nací, y aquel que fui construyendo a lo largo de mi vida, y en el que he logrado sentirme a gusto. Al menos eso es lo deseable. Es un mundo muchas veces acogedor, seguro, continente. Está hecho de sentimientos, relaciones, valores y principios. También contiene sus éxitos y sus fracasos. Sin embargo, a pesar de que contenga todo esto (y más…) es muy pequeño. Demasiado pequeño como para poder contener tantas visiones diferentes del mundo y de la vida humana. Por eso pienso que nuestra actitud en las relaciones humanas debe ser como la del explorador que recorre caminos que no conoce, buscando andar con máximo cuidado para no lastimar ni dañar, y que conserva la capacidad de sorprenderse y maravillarse ante lo desconocido.

tinyworld13Es preciso que nuestros pequeños mundos, se abran a los muchos otros pequeños mundos que nos rodean… para poder vivir la ética que no fuerce ni imponga valores a los demás.

Asumirnos como seres dialogantes y de comunión supone iluminar el pequeño mundo de los demás, y dejarse iluminar por ellos. Solo de la aceptación de esa luz podremos salir fortalecidos y mejorados en nuestra condición humana…

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