Se comenta que Bill Clinton trabajaba a destajo para superar a Bush en la elección presidencial de EEUU (1992). Las encuestas no le beneficiaban. Su táctica fue mostrarse preocupado por los problemas cotidianos de los ciudadanos; de allí aquella frase «es la economía, estúpido». Y lo logró. De allí en adelante aquella frase resulta emblemática cuando se desea destacar algo esencial acerca de una situación.
Quizás la más acuciante de las circunstancias problemáticas de la vida moderna sea la relacionada a los valores; o a la ausencia de ellos en nuestros modos de vida actual. Las personas hemos sucumbido a vivir en una total orfandad de sentido. Hemos reemplazado aquellos valores que resultaban constructores de humanidad y de enaltecimiento de nuestra condición, por otras realidades superficiales y con fecha de vencimiento próximo. Utilizando una metáfora gastronómica: reemplazamos un buen alimento por una comida chatarra. Cambiamos lo que alimenta, por lo que enferma y no nutre. Sólo desde esta perspectiva es comprensible la involución cultural en la humanidad. Hablar de valores no suele ser muy atractivo en nuestra época, sin embargo, no existe otra forma más eficaz de vivir con sentido y en clave de realización existencial que no sea a través de ellos.
Hay personas diferentes. Personas que nos hacen la vida más linda, más simple. Esos que nos ayudan a ser mejores personas. Esos seres especiales que el mundo necesita, y que cuando nosotros estamos en etapa de desesperanza o de agobio, ellos aparecen; de alguna manera: ahí están. ¿Qué los diferencia del resto? ¿Qué los hace especiales? «Son los valores, estúpido»… Sí, son los valores que ellos portan, aquellos que asumieron vivir y realizar, y que se convierten en parte de lo que nos donan con su presencia, sus palabras y sus acciones. De repente ellos no irradian esperanza, alegría, confianza…
Pero ¿qué son los valores?
Un valor es tal, cuando es capaz de proponerse como una meta en la vida, como un motor que tira de nosotros. Es también como la estrella que orienta nuestro caminar. Nos brinda la experiencia de caminar cobijados aunque no nos previene de los problemas. Amor, solidaridad, justicia, fraternidad, entre otros, se presentan como una realidad a la que aspiramos y por la cual trabajamos sin descanso, y sin embargo, a la que sabemos que nunca lograremos alcanzar en plenitud. Es el «ya pero todavía no» de la escatología cristiana, aplicada a una realidad ética humana… Un valor es una realidad capaz de unificar toda nuestra existencia, y de proveerle un sentido de integridad, totalidad y unicidad. NO tiene que ver sólo con lo que nosotros valoremos como bueno, sino con lo que objetivamente ES bueno para nosotros. Supone una concepción universal del mundo, donde existe un orden moral heterónomo al hombre, que el Creador inscribió en el cosmos a las realidades de manera armoniosa y en el despliegue de las mismas, ese desarrollo va configurándose como valioso.
No todo lo que nos guste, o valoremos, es en sí mismo un valor. La noción de valor supera nuestra propia capacidad de determinación individual y constituye un punto de referencia común para muchos. De lo contrario caemos en un relativismo donde cada persona puede determinar por sí misma qué es un valor, o qué no lo es. De hecho, mucho de ello nos ocurre en el mundo actual. Asistimos a un choque de comprensiones diferentes (y a veces opuestas) acerca de cómo vivir. Como civilización hemos abandonado referencias comunes para enarbolar nuestros propios criterios con independencia de los demás.
Quizás la manera en que hemos vivido durante mucho tiempo la dimensión de los valores, puede haber engendrado rechazo en muchas personas. Suponer que los valores son entidades rígidas que deben direccionar la vida de todos, sin distinción ni proporción, generó bastante malestar en muchas personas, probablemente por experimentar una no-adecuación a ellos. Esta presunta posición de inflexibilidad de algunos frente a los valores, puede esconder una dictadura en nombre de lo bueno, que es coercitiva y termina generando todo lo contrario a lo que se propone. Así es como muchas personas abdicaron a vivir en valores, como una medida de necesaria preservación frente a la frustración permanente de no llegar a lo que «se supone» deben ser.
Creo que es necesario reconsiderar esto. Los valores no se imponen, se proponen. Los valores deben ser irradiados, promovidos. A cada persona le toca la tarea de asumirlos, en la medida de sus posibilidades, y encarnarlos en su propia vida. El valor es, ciertamente, universal aunque no lo es cómo cada persona lo vive y lo realiza. Así, como seres únicos e irrepetibles que somos, también el modo, la proporción y la intensidad con que asumimos los valores es diversa.
Vivir en un mundo habitado por valores, nos hace inmensamente ricos: nos enriquecemos permanentemente de la vivencia de los demás y de los diversos rostros de la justicia, la solidaridad, la fraternidad, el amor, etc. No hay un solo modo de amar, ni hay una sola manera de ser solidario; las diversas formas de lograrlo tienen que ver con nuestra capacidad individual de llevarlos a la vida.
El mundo de hoy necesita de personas apasionadas por vivir valores. Seres que no se dejen aplastar por la realidad y el mundo del escepticismo. El mundo necesita profetas de esperanza, proletarios de una alegría sostenida y convencida, no ilusa ni boba. Personas convencidas de que no todo está perdido y olvidado.