El amor humano: un camino desde lo que nos gusta y lo que queremos, hacia lo que podemos…

Fuera de todo romanticismo acartonado que pondera el amor como una experiencia tan sublime y especial que lo vuelve casi inaccesible, existe otra forma de amar…

La literatura ha sido pródiga en ejemplos de amores intensos y apasionados. El cine

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nos ha mostrado amores soñados y hechos realidad; el teatro fue quizás quien más haya mostrado amores fallidos y hasta trágicos. La época actual nos profetiza una epidemia de soledad y de que ésta sería en pocas décadas, una pandemia mundial. Vivimos en una sociedad hiperconectada pero aislada y solitaria. La posibilidad del amor se vuelve así, un poco fantasmática. Oscilamos entre los amores soñados (casi siempre absolutamente ideales) y los posibles (que suelen sonarnos a un pálido y lejano reflejo de lo que en verdad deseamos).

Una primera manifestación del amor humano la encontramos en lo que nos gusta, mejor dicho, en quien nos gusta. Esa primera manifestación anida en una atracción fudescargagaz, visceral, y hasta veces epidérmica. Es el deseo en su primer albor, en su intensidad naciente y pujante. Se suele ver en el otro, al «todo» que nos completa. Todo lo que soñamos está allí. Lo que tiene, gusta; lo que le falta, no importa; lo que no puede, no es necesario. Los gustos suelen ser magnéticos. Cuando gustamos de alguien, solo vemos lo que queremos y lo que podemos.

En una vuelta más del espiral del deseo encontramos el querer. Es esa certeza menos emocional y un poco más intelectualizada, donde anhelamos hacer nuestro al otro. Lo «queremos» con nosotros y para nosotros. La impulsividad del primer momento, da paso a una elaboración mayor del deseo que nos lleva a encontrar los motivos más racionales de aquel primer impulso visceral del gustar. El querer lo pide todo, lo sueña todo, lo anhela todo con el otro. La identidad personal se funde, por momentos, en el otro.

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Si seguimos girando en ese espiral, encontramos el amor. No es un mero sentimiento romántico, sino una experiencia humana que sintetiza el gustar y el querer. Llegado este momento, ya hemos empezado a encontrar la verdad del yo del otro; se ha empezado a resquebrajar su personaje (y el nuestro, también para él) y nos encontramos con la verdad del rostro humanizado de aquel a quien idealizamos primero, y quisimos hacer algo nuestro, después. Esta experiencia sobrepasa el mero sentimiento, aunque claramente puede incluirlo. Es una experiencia humana que invita a la aceptación radical e incondicional en su ser más profundo y despojado. Y es también una invitación a dinamitar los cimientos del personaje que habíamos construído para el y que tanto hemos cuidado. Es considerar la aceptación sin-condiciones del otro. No significa tener que aceptarlo todo, obviamente, sino que la relación no tenga tantos a priori que limiten la aparición del yo real del otro.

El amor humano puede presentarse así como un camino que va desde lo que nos gusta (primeros pliegues del deseo), lo que queremos (elaboraciones más racionalizadas del deseo) hacia lo que somos capaces de ser y hacer. No hay posibilidades reales de amor humano establecido bajo parámetros de salud y bienestar que no contemple la realidad del otro y la propia (con sus potencialidades y fracasos, con sus fragilidades y con todo el mundo de posibilidades que siempre se desconocen de antemano y que no se sabe adónde puedan llegar).

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En éste sentido amar se convierte en un desafío incierto: no sabemos adónde podamos llegar juntos porque depende enteramente de nosotros y nuestras posibilidades; las individuales y las que nos vinculan y nos convierten en pareja. Quizás desde esta perspectiva se pueda interpretar la frase: «para el amor no hay límites«. No en un sentido literal, exagerado y grandilocuente de que quienes aman no tienen límites. Sino en que hay un mundo de posibilidades para ser y hacer que aún desconocemos.

El amor humano es el camino de lo posible. La existencia humana es un horizonte infinito de posibilidades que aún no están dadas. Por tanto asumir que amar es algo posible, implica aceptar que el amor, signo identitario de la naturaleza humana, no escapa a ese imperativo existencial de ser lo que deseemos ser más allá de lo que nos ha sido dado fácticamente. Por eso amar también es poder elegir: quién quiero ser y cómo quiero serlo. A quién querré y cómo lo querré.

Pero para descubrir lo que estamos invitados a ser, necesitamos mirar más allá de lo que ya somos. Asimismo, para amar tengo que mirar más allá de lo que el otro ya es, y contemplar el mundo de posibilidades que lo habitan (aún sin realizarse) en ella/él. Amar es trascender. No es resignarse ni olvidar. Amar es una de las tareas más arduas y complejas de la existencia humana. Requiere mucho de nosotros. Exige. Invita. Interpela. Arriesga. Atesora. El amor humano, a diferencia de la conexión meramente sensual y el enamoramiento, ve posibilidades en el otro allí donde otros no lo ven. imagesEs el misterio del amor: una especie de Cardiognosis, aquello que los místicos llaman un conocimiento del corazónEs la capacidad para penetrar en lo profundo del ser amado y descubrir la trama de su vida, contemplarla, acariciarla y mirar con esperanza y paciencia aquello que la mera sensualidad no se permitiría esperar ni hacer. Es la comunicación de corazón a corazón. Si bien los místicos refieren la Cardiognosis a la relación con Dios, bien podríamos pensar que si Dios es Amor, nada que incluya al amor humano escapa, en la medida de nuestras posibilidades y limitaciones, al misterio del amor en su totalidad.

Es también una experiencia humana y humanizante. Hay quienes no han podido conseguir por sí solos una maduración más profunda de su naturaleza, y pueden llegar a acceder a ella por vía del buen amor que otro nos provee. En momentos emblemáticos de mi vida, el amor recibido me ha transformado de tal modo, que suscitó respuestas y decisiones que en otro contexto no habría podido tomar. Sin ninguna duda, la mayor de las revoluciones interiores comienza cuando nos reconocemos amados por otros. Alguna vez alguien me preguntó, al terminar una entrevista, qué le recomendaba. «déjese amar» le respondí yo. Él me miró desorientado. «¿Eso es todo?«, me preguntó. Yo lo miré y sonreí. Nos despedimos. No hacían falta más palabras.

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