Existe otro mundo. Un mundo de contemplación y silencio. En éste mundo las palabras sobran y las justificaciones no bastan. Es un mundo hecho de amor de aceptación incondicional hacia nosotros mismos y hacia toda la creación.
En el otro mundo, el de la palabra, somos interpelados a responder, a razonar, a argumentar y a buscar la verdad con esfuerzo y dedicación. En el mundo de la contemplación somos encontrados por ella, casi sin querer, no con la fuerza de la razón sino con la seducción del amor, aquel que nos permite percibir que estamos frente a algo trascendental y sublime. Eso no se sabe, se siente. El mundo de la palabra es gobernado por la razón y su idioma es la lógica, mientras que el mundo de la contemplación es gobernado por el corazón humano en su esencia más sana y su idioma universal es el amor.
En el mundo del silencio y la contemplación somos invitados sólo a la escucha atenta y amorosa sin oponer resistencia alguna de nuestra parte a lo que el misterio del amor labra dentro nuestro. Aquí no hay ni tiempo ni espacio, solo un aquí-y-ahora que me invita a rendirme ante la evidencia más radical que alguna vez podré reconocer: no hay nada que yo pueda hacer para detener la fuerza del amor sobre mí y sobre el mundo entero. Es el menos secreto de los misterios y la más inaccesible de las realidades. Solo necesito reconocerme habitado por una presencia que es todo amor, y sencillamente dejarme amar sin oponer resistencias inútiles que muy poco conseguirán. Esa realidad ontológica que me habita, el amor, es el ancla que me fija a lugares seguros y la vela que me pone en camino de experiencias cargadas de sentido y profunda humanidad; es semilla de vida nueva que me abre a la esperanza y fruto que cae maduro cuando está listo para alimentar a otros.
Somos ciudadanos del mundo del silencio y la contemplación amorosa que poco a poco nos hemos ido exiliando en un mundo embriagado de palabras que dicen mucho, y no llenan nada. Ese mundo que nos vio nacer, clama por nuestro retorno a él para así poder legarnos el tesoro de su herencia más preciada, una nueva y más profunda conciencia sobre nuestra esencia humana más genuina: estamos hechos de amor y somos habitados por el Amor que busca donarse e irradiarse para plenitud de todos.
Los ciudadanos de éste maravilloso mundo, no tienen una misma vocación ni siquiera comparten un mismo estado de vida. Los hay solteros, casados, consagrados. Sólo los caracteriza una forma de concebir la vida y de percibir el mundo bajo un mismo matiz.
Este mundo de silencio no es un mundo de ausencia de palabras sino de plenitud de amor, ante el cual nada puede decirse. Este mundo de contemplación no es un lugar de parálisis, sino de una apacible quietud donde quienes se aman no pueden dejar de mirarse, admirarse y contemplarse gozosos.
Plenitud de amor, admiración y gozo son los rostros más propios de éste mundo que nos espera y nos llama.