Nacemos y arribamos a este mundo con múltiples posibilidades y potenciales que no están exentos de condicionamientos y limitaciones. Nacemos como seres humanos potencialmente plenos pero existencialmente incompletos. La biología y la herencia nos lanzan al mundo para aventurarnos…. Pero la tarea de convertirnos en persona, es algo más arduo que sólo vivir. Es más laborioso, desafiante y empeñoso.
Ser persona implica nuevos y diferentes desafíos que estamos invitados a asumir desde una perspectiva de trabajo interior que nunca termina. Ser persona significa asumirnos como seres en construcción y crecimiento permanentes. Nunca termina. Siempre estamos empezando de nuevo cada día.
Convertirnos en persona implica:
- No mentirnos nunca. Necesito ocuparme de conocer y reconocer mi propia historia. Lo que me afectó, lo que me fortaleció, lo que me hirió profundamente, y lo que me ayudó a superarme. Sin relatos mágicos ni fantasías. Sin negaciones: «todo pasa por algo», «pasó porque tenía que pasar». Una mirada que otorga sentido existencial a las vivencias (y que resulta resiliente) nunca puede nacer del pensamiento mágico de negar, en los hechos, aquello que me afectó y marcó. La búsqueda del sentido no anula el sufrimiento, por el contrario lo reconoce, lo asume, lo abraza y lo eleva hacia algo superior. No se puede elevar lo que antes no se arraigó. Por el contrario, será como un árbol que crece rápido en altura sin raíces suficientemente sólidas para darle solidez: tarde o temprano caerá.
- Asumirnos como protagonistas de nuestra vida, reconociéndome como sujeto activo que puedo moldear mi destino. Mi futuro y me felicidad no dependen de otros, ni mucho menos de lo que otros me hicieron en la vida. Poder asumir mi historia tal cual es, sin que ello me impida disfrutar de mi presente.
- Mirar de frente a nuestros miedos e inseguridades. Poder identificarlos, ponerles nombre, acogerlos. Sentir miedo no es deshumanizante ni alienante. Solo me hace más humano. El desafío es poder avanzar con ellos y para eso necesito saber quiénes son y qué piden de mí. El miedo siempre comunica algo. Detrás de ese rostro pavoroso y atemorizante se esconde una necesidad humana, muy humana, que generalmente grita por ser escuchada. Si soy capaz de escucharla, el miedo desaparecerá o al menos se volverá algo menos terrible.
- Un compromiso irrenunciable con nosotros mismos. Cualquier cosa que me toque enfrentar, poder hacerlo desde una opción personal que ayude a integrarme más, a unificarmes y por ende a proyectarme hacia el futuro en forma armónica. Lo que me divide, me disocia o me anula, no es sano, bueno ni duradero.
- Poder establecer criterios existenciales conscientemente asumidos. Sea lo que sea que me toque afrontar, podré hacerlo en la medida en que tenga en claro qué cosas son innegociables y cuáles sí lo son. Este criterio resulta útil para los momentos de crisis, cuando generalmente no puedo ver más allá de mi dolor, porque serán las señales que podrán marcarme el camino. Por ejemplo: si asumo como criterio innegociable «no querer vivir dividido«, frente a una circunstancia podré enfrentarla teniendo ese parámetro para intentar resolver la situación, en forma integrativa y sin apelar a disociaciones que además de generar tensión implicarán un fraude a mí y a mis valores de vida.
- Poder colaborar en la construcción de un mundo mejor. Mi mundo necesita ser mejorado cada día, ese mundo en el que están incluidos los otros, lo que son y lo que pueden llegar a ser. Ellos no dependen de mí, pero podrían necesitar algo de mí y yo puedo aportárselos con generosidad y amor.
- Asumirnos como seres de deseo: No estoy hecho solo de ideas o valores. También estoy habitado por deseos. Ellos me impulsan, me empujan a vivir siempre renovado sin permitirme amohosarme con la rutina. Los deseos me desinstalan y me inquietan porque me ponen de cara a la difícil tarea de elegir: los secundo? Los rechazo? Les doy cabida y cauce o simplemente los niego. Lo que no puedo hacer es no escucharlos, por eso suelen complicarme la vida. Una sana relación con ellos, es aceptarlos, descifrarlos, comprenderlos y elegir qué hacer con ellos… Nunca negarlos ni rechazarlos de plano, sin antes haberlos mirado de frente. Porque con cada deseo desechado sin escuchar hay algo de mí que se pierde con ellos.
- Asumirme como alguien único e irrepetible. No hubo, no hay ni habrá alguien como yo en el mundo. Ésto puede resultar muy lindo para nuestro amor propio, pero además comporta una gran responsabilidad. Porque eso significa que el aporte que yo pueda darle al mundo, es único. Por lo tanto, si yo no lo hago, el mundo se perderá de él. Eso también supone que yo debo conocer mi singularidad (eso que me hace único), asumirlo, amarlo y compartirlo con los demás.
- Ser auténtico. Es más que ser coherentes. La coherencia es actuar en concordancia con lo que pienso y creo, la autenticidad es vivir como lo que soy. Debo poder renunciar a querer parecerme a otros, a ser como la sociedad y los grupos de referencia me exigen. Quizás tenga que renunciar a lo que otros esperan de mí. Yo estoy invitado a ser quien soy. Ni más ni menos. Actuar con confianza en mí mismo y con aceptación incondicional de mi persona, sin que ello implique un sentimiento de megalomanía o de pretendida perfección que en el fondo son sólo reflejo de heridas narcisísticas no elaboradas y proyectadas en figuras pseudo-humanas.
No existe el camino directo ni allanado hacia la felicidad. Ni siquiera existe «el camino». Existen múltiples senderos, que podremos ir tomando y desandando en busca de ser quienes deseamos y queremos ser. Ningún sendero está cerrado a priori. Puedo ir y volver. No hay garantías de éxito. Aunque sí es importante considerar que siendo seres humanos estamos llamados a vivir en plenitud. Y eso, en gran medida, pasa por poder convertirnos en personas, en aquello que nos humanice, nos integre, nos eleve y nos plenifique.
Felíz camino…! Felíz vida !!!