la mercantilización de la vida

El consumismo es uno de los males derivados de una cultura neoliberal que necesita promover un consumo cada vez más voraz para sostener el nivel de producción y de ventas. Sin consumo permanente no habría producción ni venta. De forma que el consumismo es hijo del neoliberalismo. A diferencia de lo que se promovía décadas atrás, la base de la sociedad capitalista era la cultura del ahorro como camino hacia el crecimiento económico. Eso quedó atrás. descarga

Creer que el consumismo se reduce a la compra-venta de productos de mayor o menor necesidad, sería simplificar al máximo una cultura global que corre compulsivamente detrás de lo nuevo como emblema de lo que alimenta. Es una carrera sin meta de llegada. Podríamos decir entonces que el consumismo es una actitud ante la vida que excede lo meramente mercantil. O dicho de otra forma, hemos mercantilizado todo: las relaciones humanas, los vínculos afectivos, la espiritualidad, el conocimiento, el trabajo y muchas otras áreas de la vida. consumo-660x350-copia-300x159

Una de las formas de consumismo imperante es aquella que lleva a muchas personas a consumir vorazmente cuánta experiencia novedosa se le presenta. Degustadores profesionales de lo nuevo, ellos corren detrás de experiencias breves, fugaces pero intensas que le generen la sensación de vértigo y plenitud pasajeros. Una suerte de degustadores  de experiencias, que devoran una tras otra sin siquiera digerirlas o disfrutarlas. Hasta hay sommeliers de ésta forma de vida que aconsejan qué lugares no se pueden dejar de conocer o qué cosas no se pueden dejar de hacer «para ser felices»…

Esas experiencias rara vez llegan a ser vivencias. No pueden ser asumidas o capitalizadas porque su intensidad y vertiginosidad son proporcionales a lo poco que duran. Viajar, comer, conocer, amar, estudiar, buscar el crecimiento personal, todo puede convertirse en objeto de consumismo. Veo personas que corren viajando de un lugar a otro, acumulando fotografías y excentricidades. Otros buscan experimentar sensaciones nuevas y exóticas con comidas y bebidas, y otros tantos corren detrás de cuanta propuesta de crecimiento personal halla, devorando talleres, charlas, libros, aprendiendo speeches propios de cada uno, y mezclando casi todo al mismo tiempo, en busca de un bienestar que no siempre llega tan rápido como se espera.

Estas palabras no son una apología del statu quo, sino una reflexión acerca de por qué hacemos las cosas, qué motivaciones más profundas nos mueven. Es más que obvio que de ninguna manera está mal degustar una comida desconocida, conocer un lugar anhelado o explorar algo desconocido que intuimos puede ayudarnos. El problema aquí reside en la compulsividad y el desenfreno con el que nos lanzamos a las cosas sin reparar en que no son las cosas en sí mismas las que nos producirán bienestar sino la vivencia que hagamos de ellas.

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Necesitamos recuperar la capacidad de asimilar experiencias, madurarlas en el corazón, atesorarlas por un tiempo, capitalizar su riqueza. Necesitamos recuperar una mirada y una actitud contemplativas de la vida, que no agote lo que mire, que no exprima lo que consuma. Necesitamos un poco más de quietud interior, de sosiego. No importa cuánto podamos conocer o hacer en la vida, porque si no somos capaces de atesorar los momentos vividos como un testimonio profundo y rico de lo que la vida nos permite vivir, todo habrá sido vano. De qué valen las bebidas exóticas y las charlas motivacionales si no calan hondo y nos dejan alguna riqueza. Esa riqueza generalmente llega de la mano de dejarnos interpelar por las experiencias y no devienen de devorarlas, deglutirlas y expulsarlas. Éste patrón consumista tiene a repetirse así una y otra vez.  Pero para dejarme interpelar necesito contemplar, adoptar la actitud de aprendiz. Necesito dejar de ser un turista de la vida, que viaja mirando sin ver, y ser un poco más huésped de los otros y de lo que ellos me ofrecen (sean ellos personas, situaciones, eventos). Recibir con apertura, acoger con gratitud, aprender con humildad. 

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Lo que viene desde fuera puede ser un buen estímulo para crecer, pero lo que verdaderamente impulsa el crecimiento es el proceso interior que podamos hacer a partir de eso que vivimos (el vino que probamos, el lugar que conocimos, la charla que oímos). No es la cosa en sí la que nos convertirá en sabios. Sino prueben con dormir en una biblioteca, así sabrán si eso produce conocimiento por sí mismo o quizás dormir al lado de un/a idealista. No. No basta dormir en una misma cama para compartir el mismo sueño.

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Con este escrito cierro las publicaciones de este año. Les deseo a todos y cada uno el mejor balance posible de lo que fue este año en sus vidas. Que podamos renovar la esperanza en la vida, abrazar el compromiso por mejorar nuestro mundo, y ser más firmes y decididos en la capacidad de amar a los que nos rodean.

descarga (1)Feliz 2019!!! Que llegue con todo aquello que estén necesitando en sus vidas.

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