La generación del sí-sí y del ya-ya…

Voy a hablar sobre los millenial, o también llamada Generación Y. Es esa generación de los hoy jóvenes nacidos entre 1981 y 2000. Los que siempre responden sí y aunque demuestran voluntad y proactividad, procrastinan todo.

Muchas veces me he cuestionado hasta qué punto es legítimo establecer opiniones sobre éste punto, dado que es obvio que pertenezco a otra generación a la que pertenecen ellos. Pertenezco a la generación X, según esas nuevas categorizaciones de los sociólogos modernos del marketing.

Sin embargo, asumiendo que mis propios paradigmas no tienen por qué ser universales, esbozo algunas líneas y enhebro algunas ideas vinculadas al costo que tiene para los millenial vivir su vida como la viven y cuáles creo que son y serán sus desafíos futuros.

El placer por la inmediatez, devenido de la virtualidad, ha socavado los cimientos de todo trabajo que esté basado en constancia y perseverancia. Internet es un invento magnífico y verdaderamente revolucionario. Pero creer que el mundo virtual agota y engloba todo lo que existe, es un tremendo pecado de ignorancia al que los usos actuales nos someten. La tecnología ha superado sus propios límites y el grado de evolución que tiene es tan veloz que no nos alcanza la capacidad de asimilación humana para esos cambios. Sin ninguna duda, la evolución tecnológica ha producido modificaciones profundas en la cultura y la sociedad actuales. La Generación Y creció con ellos. Aunque pienso que los millenial se equivocan en creer que, como en el caso de la tecnología,  no hay límites. La imposibilidad de percibir los límites externos va de la mano también de una muy seria dificultad de autopercibir sus propios límites (qué puedo y qué no puedo). No ya  en términos de moralidad, sino más allá de eso en cosas más básicas aún como las propias capacidades cognitivas, físicas, emocionales. La cultura actual, cuyo emblema es un parangón con lo tecnológico, sobreexalta modelos de pretendida perfección (física, académica, laboral, vincular) y los presenta como accesibles a todos. Lamento decir que es una gran mentira. NO todos podemos acceder a ellos. Es más, no tenemos por qué replicar esos modelos. Es duro de oír, pero es el precio que debemos pagar por vivir más sanos, es decir, siendo auténticamente quienes somos y no ejerciéndonos violencia interior permanente para querer ser lo que no somos ni seremos jamás, aun cuando logremos el objetivo.

Ésta idea suele frustrar en demasía a los millenial haciéndoles sentir que jamás podrán ser felices ni realizarse por no alcanzar esos modelos. Un filósofo amigo sostiene que la moral, a diferencia de la ética, es producto de acuerdos culturales, por lo tanto, de alguna manera podríamos pensar que cada época tiene su moral.  No obstante, no es menos cierto que en términos de proceso humano existen situaciones que sobreviven a la época porque tienen que ver con aspectos de maduración humana  que aunque tome rostros diversos en cada época, subyacen a ellos idénticos procesos. Pienso en la necesaria capacidad de vincularnos afectivamente con otros, el establecimiento de parejas, el desempeño laboral, la constante puesta a prueba que la vida nos hace cuando somos desafiados a reinventarnos y a seguir adelante, por ejemplo. Estas situaciones son universales para todo ser humano, pueden variar en formas y modos, pero en general están conectadas a necesidades humanas muy primarias que no dependen del tiempo en que se vive.

Los adultos hemos engañado a los millenial haciéndoles creer que todo es posible, que todo depende de que lo quieran y se lo propongan. Es nuestro narcisismo secundario, fruto de las frustraciones con que hemos crecido. Somos hijos de la generación de padres de los 50/60, quienes tuvieron que cabalgar su propia vida en una mutación vertiginosa del mundo, donde se hallaron sin recursos para asimilar tantos cambios. Crecieron con permanentes inestabilidades políticas y luchas sociales. Abrazaron grandes ideales sociales y humanos que luego vieron caer.  Ellos sufrieron, y sufren aún, el peso de las propias frustraciones por tener que vivir con modelos que no les representan y que desearían arrojar a un costado. Como muchos no pueden hacerlo, proyectan ese conflicto en no poder resolver las culpas que nos genera decir NO a las jóvenes generaciones (sean hijos, sobrinos, alumnos) porque los estarían sometiendo a una frustración futura que les hace de espejo de lo que ellos vivieron. Ellos les dan todo casi compulsivamente, creyendo remedar en sus hijos, lo que ellos mismos no recibieron. De suerte que éste aparente acto de amor desmedido, conlleva en parte, una intención probablemente inconsciente de reparar en otros lo que está roto en ellos. Los adultos actuales les hemos creado una fantasía muy acogedora, grandilocuente, megalómana a los jóvenes. Más tarde o más temprano se les esfumará y el despertar será doloroso. Los atisbos de despertar que algunos tienen ya son penosos y preocupantes. No pueden resolver algunos problemas cotidianos sin que eso les conlleve un excesivo costo emocional. El consumo de alcohol y drogas no paran de crecer. Las conductas suicidas y para-suicidas alarman. Hay una necesidad de narcotizar la vida para hacerla más llevadera y menos dolorosa. No toleran hablar de fracaso. No saben cómo enfrentar los imponderables de la vida. No soportan el esfuerzo prolongado que no produzca rédito inmediato. No toleran la presión y no conciben la idea de trabajar un determinado tiempo para obtener resultados, postergando la gratificación. No pueden incorporar una mirada de proceso sobre sí mismos, porque sus vivencias en general son fragmentadas.

Aquella tríada trágica, así llamada por Viktor Frankl, sufrimiento, culpa y muerte ciertamente son situaciones-límite de la vida para cualquiera, pero para la Generación Y  lo es más aún. Creen que el vértigo de la carrera, la adrenalina que les genera y la sensación de placer ante el éxito son equiparables a la felicidad y la realización humanas. Desde mi mirada no lo son ni lo serán jamás. La vida es más que lo que yo tengo entre mis manos. Es mucho más. Si bien depende de mí hacer de ella algo maravilloso, sublime, la vida siempre tiene sentido aun cuando mis capacidades naufraguen y mis dolores me superen. Pero para vivirlo así se requiere cultivar una mirada contemplativa de la vida que vaya más allá de sí mismo y de la voracidad por consumir y disfrutar neuróticamente. En la Sociedad de los poetas muertos, un clásico del cine para los que fuimos adolescentes en los 90, el Prof. Keating, personificado por Robin Williams, es interpelado Todd, un muchacho que le culpabiliza por el suicidio de su compañero Neil. El joven le enrostra el Carpe Diem que el profesor Keating les proponía como una idea rupturista contra la asfixia que vivían. El Prof Keating responde a Todd: “mamar la savia de la vida no es atragantarse con el tallo”. Quizás algo de eso debamos recuperar, aprender a tomar lo mejor de la vida sin agotarla ni matarla. A éstos pobres jóvenes les hemos caído con todo en los últimos años porque son quienes más se muestran y ponderan en la actualidad. No dejo de pensar qué nos deparará en un poco par de años la llamada generación Z. Los nativos digitales. Pero esa será otra historia….

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