El cansancio de los buenos

Este título no es original. Reproduce el nombre de un libro[1] que recomiendo. Los nombres son idénticos aunque el contenido de las reflexiones no lo sean de igual forma.

Quisiera reflexionar acerca de la experiencia que viven ciertas personas que se caracterizan por ser muy empáticas. El constante devenir de las relaciones humanas suele generarles un estrés emocional que se expresa de diversas formas.

Existen individuos que por sus situaciones históricas y vitales, se relacionan de forma muy intensa con los demás. Suelen portar una herida narcisística. Dicho de una manera muy simplista, una carencia de afecto a temprana edad les hizo desarrollar un mecanismo de búsqueda de afecto y aprobación en su entorno y por lo tanto muchas veces la empatía con la que se relacionan hace que pongan demasiadas expectativas y necesidad de retribución afectiva en los otros. Así, cuando la calidad y/o la cantidad de afecto recibida no es proporcional a la esperada, sobreviene la crisis. Trabajaron para ser buenos en sus vidas, para ser queridos, para ser necesitados, y cuando no lo logran sobreviene una terrible frustración que puede llevarles a cuestionarse de manera muy profunda acerca de sí mismos.   

También podríamos citar a aquellos individuos que trabajan profesional y vocacionalmente en contacto directo con el dolor humano y todos los rostros que él tiene (sufrimiento, angustia, enfermedad, discapacidades múltiples, padecimientos psiquiátricos y psicológicos agudos o crónicos, adicciones, y muchos etcéteras). El contacto con los diversos rostros del dolor y el sufrimiento imponen en la persona del acompañante (terapeuta, docente, medico, ministro religioso, profesionales de la salud) un esfuerzo mayúsculo de disociación de sus propios estados emocionales para que estos no perturben o no afecten en demasía la relación de ayuda que se ha establecido. Es tan necesario que la relación de ayuda, sea ésta terapéutica espiritual o moral, esté mediada por herramientas objetivas y conocimientos profesionales que posibiliten un efecto beneficioso para la persona, así como también es necesario que los “sanadores” [2] puedan permanecer en un mínimo estado de armonía en su salud mental y espiritual que no altere su propio equilibrio psicofísico, emocional y existencial. Ningún acompañante sale ileso de una relación de ayuda. Las historias que se conocen, los dolores que se perciben en el otro, los sufrimientos que se palpan, transforman en lo profundo. Negar eso sería atentar contra su humanidad más primaria. Así también es necesario que las resonancias y los ecos de estas situaciones encuentren un espacio en sus vidas para poder ser acogidas y trabajadas por fuera de la relación de ayuda. Habitual y lamentablemente, muy poco se habla a los “sanadores” acerca de sus propias dificultades y de cómo su misión afecta su mundo interior. No hablar de ello es un error imperdonable porque les deja indemnes ante lo que más temprano o más tarde les termina ocurriendo. Los sanadores terminan heridos. Muchas veces portan heridas que no asumen como tales porque, envalentonados en su misión, cual guerrero en plena batalla, minimizan la situación y reprimen el dolor para no sentirse vulnerables. Creen que no mirar lo que les duele, no reconocer lo que les afecta es un modo de paliar su malestar. Juegan a ser dioses, para qué dar vueltas…

Otra clase de personas que pueden sufrir este síndrome, son aquellas que hoy conocemos como personas altamente sensibles (PAS). En nuestro medio muy poco conocidos. No constituyen una categoría psicopatológica sino más bien un perfil de personalidad determinado que les caracteriza por una extrema sensibilidad que se evidencia de múltiples formas.

La Dra. Elaine Aron es una referente central en éste área. Ella distingue cuatro características esenciales, que una PAS debe reflejar:

  • Reflexiona con mucha profundidad sobre la información que recibe,
  • Tiene una tendencia clara a sobre-estimularse, que se manifiesta también en facilidad para saturarse
  • Porta una fuerte emocionalidad que está vinculada a su gran capacidad empática
  • Tiene una elevada sensibilidad sensorial, especialmente en cuanto a “sutilezas“.

Estas personas suelen caracterizarse por sentirse afectados por las luces brillantes, los olores fuertes y el ruido en general, se experimentan abrumados por el exceso de trabajo y aturdidos por aglomeraciones de gente, son más bien inseguros y tímidos, se conmueven con facilidad ante las expresiones artísticas y con la naturaleza, experimentan dolor por el sufrimiento ajeno, se sienten llamados a ayudar a los sufrientes, tienen gran facilidad para enamorarse, su umbral de dolor es bastante bajo, tienen problemas para mantener sus límites personales y para poder decir “no”, suelen ser perfeccionistas, tienen dificultades con el manejo de situaciones estresantes y suelen haber desarrollado una fina capacidad para percibir sutilezas en el ambiente. Como se evidencia, no hablamos de síntomas patológicos sino más bien de características de personalidad que le ubican en un grupo que está fuera de la media y que son muy susceptibles de caer presas del agotamiento.

Tanto en unos casos como en otros, y asumiendo que la naturaleza de las situaciones es muy diferente, nos encontramos con experiencias de intenso estrés emocional que puede derivar en muy distintas formas de crisis existencial (hastío, abulia, depresión clínica, tristeza, desesperanza, vacío existencial, distintos tipos de neurosis, ideas de muerte, etc.).

Se impone en los casos mencionados, así como en otras situaciones que aquí no detallo, la necesidad de cultivar un especial cuidado y atención a la propia interioridad. Los sanadores también son heridos, y a veces lo son a diario. Esa condición de heridos no les resta capacidad ni dignidad en su misión, porque no es su pretendida invulnerabilidad la que les legitima para ayudar, sino que por el contrario, es su propia condición de seres en construcción y en camino, la que los afirma en su misión. Por tanto reconocer lo que les daña, les hiere, les afecta, les quiebra no hace más que humanizar sus corazones y humildizar[3] su tarea. No se puede palpar el dolor ajeno si antes no se ha tomado contacto con el propio dolor. De lo contrario se corre el serio riesgo de volverse un tecnócrata del sufrimiento, un teórico del dolor, totalmente disociado de la propia realidad y con escasa capacidad de empatizar con el dolor ajeno. Las relaciones de ayuda suponen una asimetría vincular que se basa en que hay alguien que demanda una ayuda y otro que la provee, bajo ciertas condiciones de trabajo que deberían asegurar el efecto terapéutico o beneficioso de esa relación. Sin embargo, esa asimetría –insisto, siempre mediada por condiciones objetivas y claras de relación que no la desvirtúen- no supone la deshumanización o despersonalización de quien ejerce la tarea de acompañante, cuidador o sostén. Necesitamos poder decir NO, necesitamos poder establecer límites claros a situaciones que nos vulneren, necesitamos poder sentir que no sabemos cómo seguir o que simplemente no queremos seguir adelante con la tarea. Y eso sólo nace de un profundo conocimiento interior de nuestro ser.

Ese conocimiento no puede quedar solo en una tarea intelectual sino que requiere un cultivo de la propia interioridad: atesorando lo valioso, cuidando lo importante, atendiendo lo que se ama, descansando, disfrutando de la vida y de sus regalos, dedicando tiempo y recursos para aquellas cosas quizás vistas como menores (en relación a la propia misión) pero que nos revitalizan desde lo profundo. Debemos evitar sobreimplicarnos en nuestras tareas, o en nuestros modos de relacionarnos, porque allí se inicia el proceso lento pero sostenido de desgaste que suele terminar de mala manera. En definitiva toda actividad desenfrenada y vertiginosa es una compulsión al fin. Y, aunque en sus efectos inmediatos no sea asimilable a una droga, es una adicción que nos carcome por dentro.

Los buenos también se cansan. Necesitan cansarse para recordarse a sí mismos y a los demás que son seres humanos y que lo que los hace especiales no es su capacidad sobrehumana de tolerancia y fortaleza, sino haber elegido una forma de vivir sus vidas que hace del mundo un lugar mejor. ¡cuantos más sean los buenos que se cansen, más nuevos buenos tendrán que nacer en el mundo para tomar la posta y seguir construyendo desde su más genuina humanidad!

Buenos: vivan, sientan, permítanse cansarse, acepten no poder, no querer o no saber…sin culpa…!  


[1]El cansancio de los buenos. La Logoterapia como alternativa al desgaste profesional” Roberto Almada, Editorial Ciudad Nueva.

[2] Aquellos que están llamados a ayudar a sanar a los otros.

[3] Neologismo para expresar la acción de tornar humilde algo

2 comentarios en “El cansancio de los buenos”

  1. Excelente!!! Un articulo profundo, para guardar y releer especialmente para los profesionales de la salud. Gracias!

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