Muchas veces me consultaron acerca de la pertinencia de iniciar una terapia psicológica o no. Para muchos es algo claro y no reviste dudas. Para otros, el tema es más difícil. Si bien en nuestra cultura nacional, asistir a terapia psicológica es un ejercicio de introspección bastante arraigado culturalmente, en ocasiones ese mismo factor cultural lleva a pensar que siempre una terapia es la respuesta para todo tipo de problemas humanos. No pretendo reflexionar aquí acerca de los motivos por las cuales los argentinos somos afectos a la psicoterapia. Esto requeriría de un análisis que incluya lo sociológico y que, por tanto, me excede. Simplemente pretendo aportar algunos elementos para reflexionar sobre cuándo puede ser oportuna una psicoterapia.

La angustia, el malestar, el sufrimiento, el dolor humano son experiencias inherentes a la condición humana. Desde siempre el ser humano las ha experimentado y ha tenido que enfrentarse con ellas. Ponen en jaque muchos de nuestros recursos internos (cognitivos, emocionales, espirituales). No es casual que hoy existan muchas propuestas de acompañamiento (terapéutico en adicciones, con menores en situación de vulnerabilidad, y hasta acompañamiento espiritual).
Desde fines del siglo XIX en adelante emergieron propuestas de abordaje de esas experiencias humanas limítrofes que han intentado enfrentarlas y proponer caminos para ello. Así surgió la psicoterapia como una disciplina teórico-clínica que intenta ahondar en el estudio de las causas (diagnóstico) y proponer caminos de cura, remisión de síntomas o simplemente afrontamiento de tales males (tratamiento). Ciertamente existen cientos de psicoterapias, cada una diferente al resto, donde la comprensión del sufrimiento humano es aprehendida de forma diferente y las propuestas de “solución” para él son, también, diversas. La existencia de tantas propuestas psicoterapéuticas ¿tiene que ver con una realidad global de tipo sociológica que incrementa la demanda de consultas? ¿responde a idiosincrasias y singularidades distintas? ¿es una moda de época? Difícil optar por una sola respuesta. Quizás un poco de todo.
Pero ya adentrándonos en la experiencia del sufrimiento humano, es necesario precisar que el inicio de una psicoterapia va de la mano con una conciencia más o menos clara acerca de las dificultades que nos embargan. Si no hay conciencia de malestar, difícilmente podremos enfrentar y aprovechar un espacio terapéutico que supone un ejercicio de introspección interesante. Poder pensar y pensar-nos es un ejercicio que requiere valor para enfrentar nuestro sufrimiento, decisión de querer cambiar nuestra realidad y responsabilidad para hacernos cargo de lo que significa cambiar. Hay mucha gente que deposita expectativas mágicas en los terapeutas asumiendo que el éxito depende de su trabajo. No es así. Si bien el expertise del terapeuta es una pieza clave para poder acompañar el proceso (esto requeriría otra publicación), no es sólo eso lo necesario. También se requieren otras cosas. Así como no basta tener problemas para empezar una terapia, tampoco basta querer solucionarlos como único motivo para ello. Llegados aquí cabe hacer una aclaración importante: no existe una sola psicoterapia. Existen muchas psicoterapias, las cuales están basadas en modelos teóricos distintos. No todas las psicoterapias trabajan del mismo modo, y por lo tanto, no todas requieren lo mismo. Sabido es que existen muchos movimientos al interno de la psicología cuyos puntos medulares son diferentes. No hay homogenidad o uniformidad entre todos estos movimientos, por lo que la comprensión del fenómeno humano del malestar y su propuesta de abordaje difiere de acuerdo al modelo teórico y práctico con el que se trabaje. Podríamos decir incluso que para algunas psicoterapias, aquello que no es un problema, bien podría serlo para otra. O quizás el modo de interpretar un fenómeno es muy distinto al de otro movimiento. Esto suele ser un terreno difícil para el lego, porque asume que en la psicoterapia, quizás como en la medicina, existe una uniformidad en las miradas. En psicoterapia no es así. Un terapeuta gestaltista probablemente vea la causa del problema manifestado por una persona en una actitud disruptiva y “saltarina” del individuo que le lleva a saltar de un lugar a otro sin lograr concluir y capitalizar experiencias, y tratará de poner en evidencia ese conflicto a través del cuerpo del mismo paciente. Aquel planteo espiritual que un paciente lleva a consulta, puede no ser interpretado de la misma manera por un psicoanalista que por un logoterapeuta. En boca del paciente “me cuestiono si mi vida tiene sentido o no”, no significan lo mismo en la escucha de ambos. Pero tampoco estoy proponiéndome hacer docencia sobre los modelos psicoterapéuticos existentes, sino simplemente echar luz sobre la multidimensionalidad que connota y caracteriza a la psicoterapia en la actualidad. La adecuación del modelo terapéutico a la persona dependerá de varios factores: causa del problema, recursos con los que cuenta el individuo, nivel de malestar, etc.

Retomo el disparador de éste artículo. Para iniciar una psicoterapia se requiere conciencia de malestar (ya dicho antes). No sólo saber que la estoy pasando mal, sino poder advertir que la naturaleza de mi sufrimiento es psicológica (emocional, vincular, cognitiva) y que por lo tanto requiere atención específica en ése ámbito. Esto que parece obvio, no siempre lo es. Hay mucha gente que no puede –o no quiere- verlo. Prefieren apelar a otras estrategias de solución de su malestar que, cuando la causa es psicológica, terminan sin ser eficaces. Una vez reconocida la causa del problema, se requiere poder confiar en alguien que me ayude a recorrer ese camino. Eso supone un acto de confianza en la persona y el rol del terapeuta que harán su trabajo. No es casual que las personas pidan referencias a amigos o conocidos sobre terapeutas a quienes se podrá instituir, o no, como investidos de autoridad para que sean nuestros compañeros de ruta. Al terapeuta le toca la difícil y delicada tarea de acompañar al individuo, enfrentar al sufrimiento, empatizar con el dolor ajeno, identificar la/s causa/s, guiar el proceso logrando un equilibrio que va entre respetar los tiempos del paciente y diluir los obstáculos y la resistencia al cambio que se activan siempre. A veces hasta le toca sostener momentáneamente a la persona a punto de caer, y otras veces le toca soltar la mano y empujar a la independencia del paciente. Es un rol que exige mucho: en lo profesional, en lo técnico, en lo humano. Sin confianza en el trabajo, el expertise del terapeuta y en su persona, esto no se puede hacer. El terapeuta no es una persona perfecta. Es alguien formado y entrenado en su tarea quien además, se espera, hace su propio ejercicio de introspección como paciente, donde enfrenta eventualmente sus propias dificultades. La formación por buena que sea no exceptúa del encuentro con uno mismo y su verdad. Los terapeutas lo sabemos y debemos vivirlo.

Si el sufrimiento es una causa de malestar y dolor, la psicoterapia es un recurso que puede usarse para enfrentarlo a condición que conservemos la claridad de que ésta se constituye en un espacio de encuentro conmigo mismo que soy de quien depende superar todo esto. La ayuda del terapeuta es clave, pero no suficiente para que yo pueda sentirme mejor. Así como no todos los que se sienten mal o a disgusto con sus vidas están dispuestos a cambiarlo, no todos los que hacen psicoterapia (por el solo hecho de asistir) tienen asegurada la ayuda necesaria para paliar su problema. Por ello, intentando responder la pregunta del inicio, podríamos decir que estar mal puede ser un indicio muy importante para hacer psicoterapia en tanto y en cuanto estemos dispuestos a hacernos cargo de lo que ello implica en el proceso. Aquí se reduce notoriamente el número de personas “elegibles” para una psicoterapia: todos estamos angustiados en muchos momentos de nuestra vida, pero decididos a trabajar para mejorarlo no todos lo están. Y cuando esto ocurre la posibilidad de éxito de una psicoterapia se reduce mucho. Le tocará al terapeuta desnudar esta actitud, denunciarla y ponerla en evidencia, para que el paciente elija hacia dónde y cómo seguir. Es un punto de quiebre del proceso, quizás uno de los primeros, pero el que se requiere para avanzar navegando hacia lo profundo.
Excelente artículo y los conceptos en él vertidos! un gran aporte para los que estamos de un lado y otro, terapeutas y pacientes
Gracias. Así es… nunca mejor dicho: de un lado y del otro. Saludos Julieta.
Excelente publicación licenciado Haro, fue mi profesor en la unsta y hoy somos colegas. Disfruté y aprendí mucho en sus clases, hoy me estoy formando en logoterapia y en parte fue un terreno en el que incursione inspirado por sus clases, le doy las gracias y le mando un saludo con mucho afecto.
Gracias Matías…! Una alegría saber que compartimos intereses en la formación. Te deseo éxito y espero que nos reencontremos alguna vez.
Excelente artículo estimado Mario! Gracias por dedicar contacta precisión y simpleza, lo complejo del proceso terapéutico.
Rescato la importancia de trabajar con conciencia, responsabilidad y respeto hacia los procesos de cada paciente, son fundamentales en cualquier relación terapéutica.
Gracias estimada Irene. Asi es… El respeto a los propios procesos de la persona es base imprescindible para construir una relacion de ayuda terapéutica. Saludos