MASCARILLAS (barbijos) PARA LOS OJOS Y EL ALMA

En tiempos de pandemia, donde todo es temor, cuidado, desconfianza somos impelidos a tomar distancia de los otros, a no tener contacto físico de ningún tipo, a recluirnos en casa. Toda recomendación es poca. Los medios nos bombardean –literalmente- con el mensaje del confinamiento obligatorio. Un mensaje necesario para crear concientización social sobre medidas de protección pero, como siempre, exagerada y repetitiva hasta el hartazgo terminan por generar un efecto neutro con el tiempo. Recibimos una avalancha de informaciones de todo tipo. Algunas ciertas aunque cambiantes y provisorias, y otras directamente falaces. Barbijo sí, barbijo no, agua caliente para matar el virus, estamos en verano por ahora no hay peligro, etc. Escuchamos de todo en este tiempo. Los ciudadanos estamos viviendo un tiempo histórico, diferente a todo. Probablemente la mayoría  de los miembros vivos de nuestras familias no vivieron algo igual.  Estamos ante una crisis de proporciones planetaria. Han proliferado, afortunadamente, muchas acciones de solidaridad y reconocimiento hacia los colectivos que están –literalmente- poniendo el cuerpo a ésta emergencia.

Con el virus pueden llegarnos otros males. Aquellos que se adosan a las tragedias particulares, sea que nos toquen o no. El miedo a los otros, la insensibilidad frente a las necesidades de los demás, sean de dinero,  de trabajo, de salud, o simplemente de libertad. El miedo, como siempre en la historia de la humanidad, nos hace vulnerables porque activa un repliegue sobre nosotros mismos donde lo único que buscamos es cuidar la vida y soslayamos todo el resto. Aun cuando “ese resto” puedan ser cosas valiosas que le dieron sentido a nuestras vidas hasta hoy. El miedo fue, es y será siempre el mejor aliado de los autoritarios, los manipuladores, los violentos, los mentirosos y los que no nos quieren libres. Obviamente, no hablo –solamente- de una libertad de movimiento. Hay una libertad más profunda, aunque no desconectada de la anterior, que reside en poder ser quienes fuimos siempre aún en medio de la debacle. Es desafiante. Es difícil. Es posible. Ser quienes somos, sin dejar de ser quienes fuimos ni resignar lo que anhelamos ser. No renunciar a los valores más profundos que nos trajeron hasta aquí, no resignar los sueños de realización, libertad ni autenticidad. En tiempos de pandemia, el peligro es no sólo taparnos la boca, sino los ojos, el corazón y el alma. Creer que el camino de la resignación, la capitulación de nuestros valores, la renuncia a los anhelos más profundos de nuestro corazón son parte de “cuidarnos”.

NO. Ello podrá preservarnos del virus biológico –quizás- pero arraigará en nosotros otros virus: tristeza, acedia, desesperanza, apatía, miedo, desconfianza, ansiedad y hasta la renuncia al futuro.

En tiempos de pandemia y muerte, la vida es un bien supremo a resguardar, en nosotros y en los demás. Pero ¿qué vida? Atravesar esta circunstancia dificultosa implica que podamos pensar no solo en sobrevivir al/los virus, sino en cómo queremos vivir una vez que todo esto haya pasado. Porque en el fondo no se trata sólo de sobrevivir sino de VIVIR. No son importantes solo los qué, sino también los cómo. ¿Quiero vivir? Claro que sí. Pero la pregunta también sería ¿cómo quiero vivir? Y esa parte de la pregunta, es la que nos abre todo un camino para transitar desde hoy, desde ya mismo. Somos invitados a aferrarnos a la vida pero no a cualquiera, sino a una vida auténticamente humana que es más que ausencia de enfermedad. Es anhelo de libertad, plenitud, realización, felicidad, no solo para mí sino para todo y todos los que me rodean. Si la vida no es auténticamente humana no es vida es letargo.

Aquí está la clave del día después del virus y sus efectos: confinamiento, restricciones, ausencias. Anhelamos volver a lo que fuimos hasta hace apenas unas semanas. Eso no ocurrirá. Ojalá que así sea, porque esto lejos de ser un problema debería ser para nosotros motivo de esperanza. Será la posibilidad de salir de esta circunstancia, fortalecidos, renovados, esperanzados. En definitiva, mejores personas. No todos lo viven así, ni todos están dispuestos a esto. Elegir este camino es, como en todas las circunstancias de la vida, tomar decisiones, responsabilizarnos por ellas. Arriesgar, apostar, creer, confiar, trabajar… No hay éxito asegurado ni tampoco fracaso. Sí habrá esperanza, porque cada vez que un corazón humano se esperanza y trabaja en pos de ello, haya éxito o no, salen cosas maravillosas que contagian e irradian VIDA. Lo dice el libro bíblico del Eclesiastés: «donde hay vida, hay esperanza» y podríamos agregar porque cuando hay esperanza es porque hay vida en movimiento.

2 comentarios en “MASCARILLAS (barbijos) PARA LOS OJOS Y EL ALMA”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *