cuando todo es violencia…finalmente nada es violencia

En las últimas semanas, los medios de comunicación de social (en adelante, MCS) nos  inundaron con una multitud de imágenes y opiniones de todo tipo acerca de una supuesta situación de violencia de género. Dos jóvenes mediáticos, una historia de engaños, celos, amenazas y una denuncia policial, son los condimentos óptimos para armar una novela mediática que nos hastió durante días. A partir de ello, decenas de personas opinando y tomando posición (lo cual no es malo). Lo que me parece preocupante es que en la mayoría de los casos los comunicadores se asumen como intérpretes calificados para opinar acerca de una historia que no conocen y con conocimientos que no tienen.

La violencia es un fenómeno policausal, que genera mucho daño en el ámbito de las relaciones humanas. Por razones sociales e ideológicas, sobresale la violencia a la mujer (calificada en la legislación como violencia de género) como aquella que se denuncia con mayor dureza por muchos motivos. Ya sea por la desproporción de fuerzas entre agresor y víctima, por la lamentable frecuencia con la que ocurre o por la connotación amorosa a la que se suele ligar éste fenómeno, la violencia de género es la más denunciada por estas épocas. A partir de éste caso me parece oportuno reflexionar acerca de los discursos que se entrecruzaron estos días.

¿Qué subyace en éste discurso acerca de la violencia?

No podemos soslayar que quien impulsa ésta denuncia son derivaciones de la ideología de género. Aquella consabida teoría que postula la igualdad entre hombre y mujer, surgió como respuesta a un opresivo machismo cultural, que restringía el crecimiento de la mujer en muchos ámbitos de la sociedad. En ésa misión, la ideología fue muy efectiva. Aunque luego prosiguió en su cometido de igualdad bajo la forma de una equiparación no ya sólo en derechos (sociales, laborales, económicos, culturales) sino en aspectos identitarios básicos cuestionando principios de orden natural . Por ejemplo, se postula un cambio en los usos y costumbres del término «sexo» por «género», basado en la comprensión de que las diferencias evidenciadas en el comportamiento entre hombre y mujer son sólo emergentes de la educación y no de aspectos biológicos o psicológicos inmanentes a la persona y a su genética humana. Todo lo antes dicho, cabe aclararlo, no constituye una objeción a ciertos valores primeros por los que propugnaba aquella teoría ni mucho menos una legitimación de actitudes coercitivas o abusivas de cualquier tipo sobre la mujer.

A la luz de los acontecimientos mencionados al principio, y del tratamiento que de ellos hacen los MCS (los nuevos docentes de la sociedad), creo oportuno reflexionar acerca de lo que considero la banalización de la violencia, en el discurso de los MCS. Como lo que se busca es trabajar por el rating (es decir, seguir el interés de los televidentes, generando efectos que los «peguen» a la pantalla, lo que agiganta su negocio), el análisis de los temas es siempre acotado y superficial, hace énfasis en el morbo y termina diluyendo todo a algo parecido al argumento de una película trágica con un final incierto. Obviamente no podemos esperar de las empresas mediáticas que busquen potenciar aspectos educativos o con fines sociales, porque ya sabemos bien detrás de qué intereses corren. Sin embargo, asumirse como promotores de un discurso erigido en verdad acerca de algo que contribuyeron a degradar es demasiado. Peor aún es que los televidentes los confirmen en ese lugar.

Cuando todo es violencia, finalmente nada es violencia

El problema de universalizar experiencias y asumir observaciones específicas en dogmas, es que se termina profanando un principio por forzar los hechos. A partir de ello finalmente se termina pervirtiendo el fin presuntamente buscado (erigir un discurso denunciante de la opresión machista) en una práctica discursiva sobrecargada de ideología y preconceptos, y empobrecida de observaciones y análisis de hechos. Las ideologías no son malas, en tanto y en cuanto sirvan de guía o de un marco referencial desde el cual se observa la realidad y se la analiza para tomar posición. El problema es cuando las ideas colisionan con la observación de los hechos y los tiñen, de manera que ya no es posible analizar nada desde una mirada «desprejuiciada» sino que por el contrario, todo se vuelve cuestionable: hasta los hechos mismos. No queda ya evidencia alguna que sea firme. Todo es susceptible de duda y de un análisis tendencioso y sesgado, a mi entender. Un cartesianismo tramposo,  porque lleva al límite la duda para terminar afirmando lo que la propia ideología sostiene . Algo que ni el mismo Descartes hubiera imaginado. Afirmar que todo es violencia, es degradar el lamentable fenómeno de la violencia a una entelequia donde todo es finalmente interpretado como violencia, aún aquello que no lo es. Es cierto que existen constantes en el comportamiento de una persona violenta, que pueden permitirnos interpretar dichas conductas no en forma aislada sino en un contexto deslegitimante o pernicioso para el otro. En cambio, afirmar que discutir o levantar la voz  en una discusión de pareja es violencia, me parece quizás un forzamiento de los hechos. Afirmar que el hombre ejerce violencia contra la mujer cuando no paga la pensión alimentaria de sus hijos, es cierto. Como también es cierto que algún tipo de coerción (psicológica, vincular, o judicial) de los hijos para perjudicar al padre es también violencia; y aunque no sea considerada de género, no es menos violencia.  Afirmar estas cosas, insisto, de ninguna manera es sostener un discurso legitimador de la violencia machista. Por el contrario, considero necesario una revisión de ésta tendencia porque de lo contrario solo trabajaremos para sustituir una opresión machista por otra de corte feminista. Asumo que decir éstas cosas hoy es adoptar una postura políticamente incorrecta, porque entre nosotros se ha vuelto una impostura correr todos hacia el mismo lugar, sin plantearnos el fondo de las cosas.

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